viernes, 30 de diciembre de 2011

Capítulo 1

Casi ha terminado el libro, ¿cuánto ha tardado? No más de unas horas. Estar encerrada en casa la aburre. Se levanta de la cama y cruza la habitación, mira de un lado a otro. Le gusta el color de las paredes, la tranquiliza. Ese azul clarito le encanta y queda muy bien con los muebles blancos. Llega hasta la ventana. Está lloviendo. Una de las cosas que más le gustan es mirar por la ventana cuando llueve, ver como impactan las gotas y resbalan por ella. Aunque preferiría salir y sentir como la lluvia cae sobre su cuerpo. Extender los brazos y cerrar los ojos. Sentir el agua le proporciona seguridad. No es que sea tímida, se podría decir que es todo lo contrario, pero cuando está en el instituto o en la ciudad la invade esa extraña sensación y parece que sea un bicho raro, es como si no encajase y eso la desconcierta.

No quiere continuar en su cuarto, quiere salir. Se dirige hacia el armario y revuelve todo hasta dar con lo que buscaba. Un viejo impermeable transparente con lunares rojos y unas botas del color de los puntos. Los deja sobre la cama y se dirige al espejo. Cuando se mudó su madre le permitió elegir la habitación que quisiese como disculpa y ella se quedó con la más grande y la única que tenía baño. Se mira en el espejo y resopla. Su pelo no tiene arreglo. Siempre le ha encantado el pelo de su madre, una melena rubia y ondulada, en cambio la suya es algo más parecido a una maraña de rizos negros, el pelo le llega hasta la cadera y hace resaltar sus ojos de un azul precioso. Aquellos ojos imposibles de olvidar, al igual que su sonrisa y sus labios.
Se peina un poco y vuelve a su habitación, mira el impermeable y las botas, no quiere ponérselo, lo que quiere es mojarse pero si ya es difícil que su madre le deje salir con esta tormenta, sin el impermeable será una misión imposible. Baja las escaleras, su madre está en la cocina preparando la comida.
-Mamá, voy a salir un rato.-  Dice la chica dirigiéndose a la puerta sin tan siquiera esperar una respuesta.
-Gabi, está diluviando.- Responde su madre con cara de pocos amigos.
-Llevo el impermeable y no está diluviando, son cuatro gotitas de nada.-  Replica la chica que está dispuesta a salir de su casa sea como sea.
Su madre no parece muy convencida pero ante la insistencia de la chica termina por ceder. Gabriela coge sus botas y su impermeable y sale de su casa. El ruido del agua la hipnotiza, se fija en el suelo, en las ondas que provocan las gotitas de lluvia al caer sobre los charcos y también en como rebotan levemente aquellas gotas que chocan contra el asfalto. Lleva puesta la capucha pero necesita mojarse. Levanta levemente la barbilla y deja que la capucha caiga por su propio peso, cierra los ojos y siente como el agua le cae en los párpados y se desliza por sus mejillas, como desembocan en la comisura de sus labios y finalmente terminan cayendo al suelo. También nota como la lluvia va calando su pelo y como sus rizos comienzan a deshacerse a causa del agua, le gusta esa sensación.

La mejor parte de vivir en una casa grande y alejada de todo es el jardín. Mira curiosa la hierba que lo cubre por completo y siente la necesidad o más bien el impulso de descalzarse y sentir el tacto mojado de las plantas bajo sus pies. Le cuesta y siempre le ha costado resistirse a sus impulsos así que lo obedece y se quita las botas y los calcetines que resguarda de la lluvia dentro de las botas, después coloca estas debajo de un banco para que tampoco se mojen. Puede sentir en las plantas de los pies la fría y húmeda hierba, eso y la lluvia la reconfortan y la hacen sentir especial y única, algo que hace mucho tiempo que no sentía. Dentro de poco cumplirá los diecisiete y sabe que todo cambiará. Desde que su padre murió no ha parado de mudarse de un sitio a otro, no le costaba hacer amigos pero al cumplir los quince años todo cambió,  le empezó a costar relacionarse con la gente, sentía que no encajaba. Hasta ahora esa sensación ha ido creciendo. Algunas veces ha deseado con toda su alma que desaparezca, ahora ha aprendido a vivir con ello y no le molesta demasiado.

Respira hondo, todo lo que sucede a su alrededor comienza a pasar a cámara lenta. Abre los ojos y observa los grandes árboles que delimitan el jardín moviéndose al son de un viento que antes no soplaba. Baja los brazos que antes tenía levantados, paralelos al suelo. Mira de un lado a otro, una extraña sensación la ha hecho despertar de su ensoñación, de la ilusión que la invade. Siente que alguien la vigila, pero esto no le provoca miedo o pánico sino calma. Sigue buscando alguien o algo a su alrededor pero no ve nada, hasta que de repente oye un ruido justo detrás de ella, se gira y lo ve, un chico que la mira con una sonrisa de oreja a oreja. Él tampoco lleva nada para protegerse de la lluvia pero no parece que le importe mojarse.
-Encantado, soy Adrián- Dice el muchacho tendiéndole la mano para que se la estreche.
-Yo soy Gabriela. Pero llámame Gabi- Dice mientras se dirige al banco en el que antes había dejado las botas.
Adrián la sigue, está empapado pero no le molesta todo lo contrario, le encanta. Mientras caminan se fija en los pies de la que espera sea su nueva amiga, no sale de su asombro al ver que va descalza, en pleno diciembre y lloviendo.
-Vas descalza.
-Me había dado cuenta.- Dice con sarcasmo- Es que… quería sentir el césped mojado bajo los pies, sé que es algo raro pero yo soy rara.
-No eres rara. -Dice con una sonrisa- Eres especial, créeme.
Este último comentario hace que Gabriela también sonría, aquel chico le cae bien. Se sienta en el banco y saca los calcetines de las botas, bajo la atenta mirada de Adrián se las pone y se levanta. De nuevo recoge su interminable melena y la resguarda de la lluvia dentro de su capucha. 

Adrián la mira a los ojos, esos ojos azules intenso, parece que se pierde en ellos, en las profundidades de su mirada. Siente que la conoce de siempre aunque en realidad sea la primera vez que la ve y no quiere que sea la última. Aquella chica tan extraña, tan misteriosa, tan guapa... quiere conocerla, cuando la vio sintió una enorme corazonada, un presentimiento, el presentimiento de un cambió.

-¡Gabi! La comida ya está lista. -Grita la madre de Gabriela desde el porche de la casa.
-¡Ya voy! -Contesta gritando y se gira hacia Adrián para disculparse- Lo siento tengo que irme, espero verte pronto.
-Espera, ¿cómo te encontraré?- Dice Adrián agarrando el brazo de Gabriela para que no se marche.
-Sabes donde vivo, pero aun así.
Se acerca a él y busca en los bolsillos de su impermeable, de uno de ellos saca un bolígrafo. Coge el brazo de Adrián y retira la manga derecha de su camiseta. Destapa el bolígrafo con la boca y escribe algunos números en el brazo de su nuevo amigo. Cuando termina, se despide haciendo un gesto con la mano y entra en su casa. Él en cambio se queda unos instantes congelado, se mira el brazo y sonríe, tiene el teléfono de esa chica con la que siente que encaja, una de las pocas personas con las que lo hace, quizá debería contárselo al resto. Corre hacia el final del jardín y apoyada en la carretera encuentra la bicicleta con la que ha llegado hasta allí, no sabe muy bien porque eligió ese camino pero quiere creer que fue el destino.
Sin perder más el tiempo se sube a la bicicleta y comienza a pedalear. No tarda demasiado en recorrer los escasos metros que lo separan de su mejor amigo. Ambos decidieron salir a ensayar puesto que el día se presento despejado y sin viento alguno.
Éleon lo espera impaciente en el arcén de la carretera, su bicicleta esta tumbada en el suelo y el está apoyado en un quita-miedos que separa la carretera de la caída que lleva al río que abastece aquel pequeño pueblo, parece enfadado y no es de extrañar, está helado y empapado, el agua no es uno de sus puntos fuertes y a diferencia de Adrián el preferiría que parase de llover o por lo menos tener un lugar donde refugiarse de la lluvia.